¿Hay lugar en nuestra sociedad para una discusión sobre la muerte digna?

El gobierno español no deja de sorprendernos. Primero se habló de cómo la ley permite andar desnudo por Barcelona. Luego, se aprobó la ley de matrimonio para personas del mismo género. Hoy, la noticia es el debate sobre la eutanasia.

Según un artículo del sitio Público.es, Andalucía permitiría la eutanasia pasiva, brindando cobertura jurídica y asistencial a los pacientes en estado terminal que opten por interrumpir los tratamientos que los mantienen con vida.

Cuán lejos estamos de la madre patria. Cuántos cambios han transcurrido allí desde la época franquista. Casi no puede creerse que un pueblo madure de semejante manera.

Por el contrario, en nuestras tierras, seguimos siendo adolescentes. Si bien cada tanto una noticia nos sacude un poco el polvo, no conseguimos llegar a un grado de profundidad en temas tan importantes.

Siempre nos ha costado debatir seriamente sobre la vida. El aborto es un buen ejemplo de esto. En cuanto a la eutanasia, hoy por hoy, sólo es posible bajo orden judicial, luego de mucha burocracia, y casi no hay antecedentes.

Quienes se manifiestan en contra la plantean como un acto criminal, que atenta contra la vida, la moral y las buenas costumbres. Se habla también de casos milagrosos, en los cuales pacientes despiertan luego de diez años de un coma, o logran la remisión de una enfermedad terminal.

Ahora bien, en estos tiempos en los que tanto se pondera la calidad de vida, ¿no sería menos hipócrita pensar también en la calidad de nuestra muerte? El derecho a decidir sobre nuestro propio cuerpo debería ser enajenable. Si se nos permite utilizar tratamientos alternativos, o no ortodoxos (¿recuerdan la crotoxina?), si se nos obliga por ley – salvo expresión en sentido contrario – a ceder nuestros órganos para brindar una alternativa a quien ya no la tiene, en resumen: si se nos permite decidir sobre nuestro cuerpo en vida o posmortem, ¿por qué no podemos decidir sobre algo tan fundamental como el paso intermedio?

Sabemos que, de habilitarse legalmente la eutanasia, podrían presentarse casos en los que el beneficiado no sea el paciente sino algún familiar cercano. Los argentinos somos especialistas en encontrar esos grises en la ley que abren el juego para quienes especulan. A pesar de esto, creo que debiera existir la opción de que uno mismo decida, en vida, que tienen que hacer con su cuerpo en caso de enfermedad terminal, coma prolongado o situaciones análogas.

Mientras muchos se horrorizan ante lo antinatural de la muerte, se obliga a un cuerpo a latir contra natura, ocupando en un hospital la misma cama que, afuera, otros con menos suerte y más posibilidades de sobrevida, esperan. Y esto no es un planteo en el cual la vida de uno vale más que la de otro. Lo que sí debería tener valor es la decisión de uno sobre su propio cuerpo y destino.

El horror está en la muerte indigna, en esos despojos conectados como testimonio de lo que fue, y probablemente, nunca volverá a ser. A quien le siente mal la idea, o la posibilidad de que lo que propongo se legisle, lo invito a ponerse en ese sitio. La pregunta es: ¿preferimos que nos recuerden por nuestra vida y obra, o que nos fuercen a la vida velando por nuestras sobras?

La muerte nos sienta bien. ¿Cómo nos sentimos nosotros con ella?